24 agosto 2015

el noviazgo no equilibrado

La palabra de Dios estipula las directrices a seguir antes de escoger el cónyuge. Para cientos de creyentes se convierte en una disyuntiva difícil de manejar. ¿Por qué muchos optan por no obedecer su palabra?
¿Por qué no puedo casarme con mi novio? Admito que es agnóstico, pero es de una buena familia, tiene muy buenos principios morales, es muy respetuoso y tiene una excelente trayectoria." Esta pregunta me la hizo una muchacha cristiana. Uno de los problemas más agobiantes en la Iglesia en todo el mundo es el yugo desigual, es decir cuando un cristiano forma un matrimonio o aun un noviazgo con una persona que no es cristiana. La elección de su pareja es de vital importancia porque la decisión marcará el resto de su vida.
Hace un tiempo un joven sudamericano nos escribió diciendo: "Sus consejos me son muy útiles y me dan paz respecto a si voy a seguir o no con mi novia. Lo único que no estoy de acuerdo es que no le parezca que una persona creyente se case con una no creyente, pues en uno de los libros del Nuevo Testamento dice que si su pareja es incrédula no la abandone pues puede que se salve" (1 Co. 7:10-16).
¿Cómo podemos contestar a estas personas y a los miles de jóvenes con las mismas inquietudes, mostrando misericordia y al mismo tiempo siendo leal a las Escrituras? Dios nos dio la Biblia como nuestra autoridad para contestar cuestiones difíciles y no tenemos que depender de nuestras propias ideas o emociones.
En 2 Corintios 6:14-15 Pablo nos da una orden y luego hace una serie de preguntas: "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿ Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?". La mayoría estamos de acuerdo en que el matrimonio entre un cristiano y un inconverso está terminantemente prohibido por Dios. Todo creyente que contrae nupcias con una persona fuera de la familia de Dios, puede estar seguro de que está actuando contra la voluntad del Señor, cualesquiera que sean las circunstancias. Sin embargo, no estamos tan seguros del porqué.
Un día me encontré con una joven que había sido parte del grupo juvenil que hace unos años mi esposa y yo dirigimos en Guadalajara, México. Me explicó que cuando era miembro del grupo pensaba que Dios no tenía otra cosa que hacer, entonces decidió prohibir el casamiento entre un hijo de Dios y un inconverso. Con lágrimas en los ojos me confesó que ahora sí entendía por qué Dios prohibe el matrimonio desigual. Sobre todo es para la felicidad de sus hijos.
Al contraer matrimonio las dos partes llegan a ser "una sola carne" (Ef. 5:31; Gn. 2:24). Esa frase expresa antes que nada la relación sexual dentro del matrimonio. Pero el sentido completo se desarrolla más ampliamente con el correr de los años. El matrimonio es un enlace que involucra no solamente el cuerpo, sino también el alma y el espíritu.
La Biblia prohíbe el matrimonio mixto entre creyentes e inconversos porque no es posible desarrollar en forma plena la verdad de "una sola carne". No se puede unir el espíritu viviente del creyente y el espíritu muerto (sin Cristo) del incrédulo. No hay, ni habrá comunión espiritual. Por lo tanto, la comunicación se realiza solamente a nivel del "alma"; la sala de controles de quien no conoce a Cristo.
Sin embargo, cualquier padre, pastor o consejero que ha tenido que lidiar con una persona enamorada de un no creyente sabe que existe un "amor" tan fuerte que está seguro de que su situación no está contemplada en la Biblia, por lo que abundan las excusas. Supongamos que la mujer es la creyente. Estas son algunas de las razones que más se escuchan:
"No hay jóvenes cristianos de mi edad en la iglesia."
"Él es mucho mejor que la mayoría de los creyentes que conozco."
"Mi novio está de acuerdo en que nos casemos en la iglesia evangélica."
"He visto otros matrimonios que empezaron así y dio muy buen resultado."
"Él no será estorbo para mi vida espiritual."
"Me dice que se va a convertir después de la boda."
"Me permitirá llevar a nuestros hijos a la escuela dominical."
"Tengo que casarme con él porque hemos tenido relaciones sexuales."
Como hemos mencionado, bajo cualquier circunstancia es pecado casarse con un incrédulo. Un cristiano por consiguiente está incapacitado para implorar la bendición de Dios sobre ese matrimonio.
En cuanto al argumento de que no hay jóvenes cristianos en la iglesia, quisiera aclarar tres puntos: 1) Los solteros tienen que creer y confiar en las promesas del soberano Dios. "Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acerca a ti.", Sl. 32:8-9. 2) Uno no está siempre limitado a los muchachos de su propia iglesia. Una excelente manera de conocer a chicos creyentes es en las actividades y campamentos interdenominacionales. 3) Es mejor quedarse soltero que casarse en contra de la voluntad de Dios. La soltería es una opción bíblica (1 Co. 7:1-9).
No acepto la escapatoria de que los inconversos son " mejores que los creyentes". O algo anda mal con los jóvenes cristianos de esa iglesia (quizá no sean verdaderos cristianos), o el amor ha cegado los ojos de la parte interesada.
Es sorprendente que hay personas que todavía piensan que Dios le da la bendición a un yugo desigual con tal que se casen en la iglesia. No importa en qué iglesia se casen; si uno de los novios no es creyente en Cristo el casamiento sigue siendo desobediencia.
En cuanto al argumento de que existen matrimonios mixtos exitosos o que el inconverso se convierte al Señor después de la boda, lo que ocurrió con Fulano o Mengano, no puede sentar precedentes y permitirme actuar de la misma manera. Mi fundamento es la Biblia, y allí claramente se afirma que tal unión es pecado. Por cada caso que por la misericordia de Dios ha resultado exitoso, cualquier pastor podrá mencionar 50 otros con resultados nefastos. Es más, hemos visto que la gran mayoría de los inconversos que se casan con cristianos, nunca se convierten al Señor.
Existe una predilección de mandar al altar a una pareja que ha tenido relaciones íntimas. El matrimonio autoriza las relaciones sexuales, pero el mero hecho de tenerlas o haberlas tenido no equivale a estar casado ni a que deba casarse con la otra parte. A primera vista Deuteronomio 22:28 quizá dé la idea de que una pareja de novios que cometen fornicación se deben casar y que "las relaciones sexuales igualan al matrimonio". Sin embargo, este pasaje no trata el caso de una pareja de novios que consienten en tener relaciones íntimas. Por aquel pecado a la pareja le esperaba ser apedreada (Dt. 22:13-24). Si no más bien se trata de una violación y el Antiguo Testamento en su intento de proteger a la mujer violada (nadie se casaría con ella) manda que el hombre se case con ella.
Cuando uno de los novios es inconverso he descubierto que es un obstáculo en el testimonio del creyente. El hecho de que él o ella esté saliendo con un inconverso, da testimonio de que algo anda mal en su vida espiritual. Una linda muchacha que trabajaba en una de nuestras oficinas salía con un chico inconverso. Su padre, anciano de una iglesia evangélica, habló con ella; otro hombre de la iglesia le advirtió del error; yo le hablé y un compañero de nuestro equipo también la aconsejó. La joven, sin embargo, no nos quería escuchar. "¡Qué importa, si no pienso casarme con él!" Le indiqué que si ese era el caso, estaba perdiendo el tiempo, tal como dice Jeremías 2:13: "Cavaron para sí cisternas rotas que no retienen agua". No importa cuánta agua uno eche en una cisterna rota, no la retendrá, así que hacerlo es perder tiempo, esfuerzo y energía. Lo mismo sucede en una relación no bíblica--uno está echando agua, pero la cisterna está rota. A pesar de todos los consejos, ella seguía de novia con ese muchacho. Un día el novio de nuestra secretaria por pura curiosidad entró en una carpa donde predicaban el Evangelio. Se sentó, escuchó el mensaje y al terminar pasó al frente para recibir al Señor. Esto nada tuvo que ver con el testimonio de la muchacha. Después de comprender todas las implicaciones de la decisión que había tomado, el joven terminó con su novia. Su explicación fue: "No quiero andar con una chica que siendo cristiana, estaba de novia con un inconverso--aunque ese haya sido yo". La última vez que oí hablar de ellos, el muchacho caminaba fiel al Señor y ella se había casado con otro inconverso porque esperaba familia.
Aunque podemos tener muchos amigos, hay diferentes niveles de amistad:
a. Los conocidos. La relación se caracteriza por un contacto ocasional de tipo superficial y general, que se da tanto con creyentes como con inconversos.
b. La amistad ligera. Este tipo de relación está basada en intereses o actividades comunes con vecinos, compañeros de trabajo, de escuela, etc. En este grado también podemos hacer amistad con personas cristianas e inconversas. Como sucede en el primer caso, nos brinda una buena oportunidad de evangelizar con nuestra vida y palabra a las personas que no conocen a Cristo.
c. La amistad familiar o de confianza. Esta relación se basa en los propósitos y metas de la vida que haya en común. Este nivel está cimentado en una amistad más profunda. Tal profundidad en la relación debe darse entre cristianos. Esta amistad podría conducir a los primeros pasos del noviazgo.
d. La amistad íntima. Es un compromiso espiritual muy profundo, de discipulado recíproco. En tal relación existe la libertad de corregirse mutuamente. Hay confianza total, y el propósito es desarrollar el carácter de Cristo. Idealmente aquí se incluyen las últimas etapas del noviazgo y el matrimonio. Los problemas surgen cuando invitamos a amigos no creyentes a compartir una profundidad de nuestra vida que ellos realmente no pueden compartir porque no son hijos de Dios.
Algo que pasa a menudo es que el novio inconverso alega convertirse a Cristo. Ello no es señal de que necesariamente deban marchar al altar. Los dos tendrían que conocerse como creyentes, y el nuevo en la fe necesitaría tiempo para exhibir "frutos dignos de arrepentimiento" (Lc. 3:8) y crecer espiritualmente. Porque muchas veces se convierte a su novia o a su religión y no a Cristo.
Para el creyente ya envuelto en un yugo desigual, el siguiente paso es deshacer este noviazgo no bíblico. A veces no es tan sencillo romper aun el compromiso más superficial. Está la presión de los padres, el "no puedo vivir sin él o ella" y la vergüenza ante familiares, quizá inconversos, que no entienden las normas bíblicas que gobiernan el matrimonio. Un noviazgo roto dejará un gran vacío en el corazón de los dos, pero con el tiempo ese creyente conocerá el gozo profundo que Dios da a los que le obedecen (1 Juan 3:22-24; 5:2,3).
Los líderes de la iglesia a esta altura tienen una seria responsabilidad para con el joven que rompió el noviazgo. Deberán instruirle sobre cómo rehacer su vida según los preceptos bíblicos, para que este problema no vuelva a suceder con esa persona ni con los demás jóvenes de la iglesia. Sugiero estudios sobre temas bíblicos en el grupo juvenil: ¿Cómo conocer la voluntad de Dios?, ¿Con quién me casaré?, ¿Qué es el verdadero amor?, ¿Cómo prepararme para el matrimonio cristiano?, ¿Cómo comportarse durante el noviazgo?, ¿Cómo encontrar un compañero cristiano?, El lugar de los padres en el proceso de elegir la pareja.
Otro problema se presenta cuando los novios insisten en casarse a pesar de los consejos de los líderes espirituales de la iglesia. ¿Debe el pastor celebrar tal boda? Por lo general, cuando un pastor decide llevar a cabo la ceremonia en estas condiciones, sus razones son: 1) temor de perder la oportunidad de evangelizar al cónyuge inconverso después de la boda; 2) temor de que a pesar de todo los jóvenes vayan a otra iglesia; 3) temor a perder la membresía de la familia del novio cristiano. Es preciso que la iglesia conozca la postura del pastor en cuanto a este asunto, a fin de apoyarlo, y para que él no tenga que delinearla por vez primera bajo la presión de una crisis.

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